por Román Acosta
"Va, pensiero" es el coro del tercer acto de Nabucco,, inspirada en el Salmo bíblico 137, Super flumina Babylonis. Canta la historia del exilio hebreo en Babilonia tras la pérdida del Primer Templo de Jerusalén y la escalvitud del
pueblo judío en Babilonia.
"Junto a los ríos de Babilonia,
allí nos sentábamos y aun llorábamos,
acordándonos de Sion.
Sobre los sauces, en medio de ella,
colgábamos nuestras arpas.
Y los que allí nos habían llevado cautivos nos pedían un cántico,
y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo:
Cantadnos algunos de los cánticos de Sion.
¿Cómo cantaremos el cántico de Jehová
en tierra extraña?
Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
olvide mi diestra su destreza.
Mi lengua se pegue a mi paladar
si de ti no me acuerdo,
si no enaltezco a Jerusalén
como preferente asunto de mi alegría.
Acuérdate, oh Jehová, de los hijos de Edom
que en el día de Jerusalén decían: Arrasadla, arrasadla
hasta los cimientos.
Hija de Babilonia, la desolada,
bienaventurado el que te dé el pago
de lo que tú nos hiciste.
Bienaventurado el que tome tus niños y los estrelle
contra la peña.
Va pensiero:
Va', pensiero, sull'ali dorate.
Va', ti posa sui clivi, sui coll,
ove olezzano tepide e molli
l'aure dolci del suolo natal!
Del Giordano le rive saluta,
di Sionne le torri atterrate.
O mia Patria, si bella e perduta!
O rnembranza si cara e fatal!
Arpa d'or dei fatidici vati,
perché muta dal salice pendi?
Le memorie del petto riaccendi,
ci favella del tempo che fu!
O simile di Solima al fati,
traggi un suono di crudo lamento;
o t'ispiri 1i Signore un concento c
he ne infonda al patire virtù
che ne infonda al patire virtù
al patire virtú!
Pósate en las praderas y cimas
donde exhala su suave fragancia
el aire dulce de la tierra natal.
Saluda a las orillas del Jordan,
y a las destruidas torres de Sion.
¡Ay, mi patria, tan bella y abandonada!
¡Ay, recuerdo, tan grato y fatal!
Arpa de oro de los fatídicos vates,
¿Por qué cuelgas silenciosa del sauce?
¡Revive en nuestros pechos el recuerdo,
Hablamos del tiempo que fue!
¡Canta un aire de crudo lamento al destino de Jerusalén!
¡O que te infunda el Señor una melodía
que nos infunda valor en nuestro padecimiento!
Vuela pensamiento, con alas doradas.
Giuseppe Verdi; nacido en el seno de una familia muy modesta, tuvo la fortuna de contar desde fecha temprana con la protección de Antonio Barezzi, un comerciante de Busseto aficionado a la música que desde el primer momento creyó en sus dotes.
Gracias a su ayuda, el joven pudo desplazarse a Milán con el propósito de estudiar en el Conservatorio, lo que no logró porque, sorprendentemente, no superó las pruebas de acceso.
Estudió con Vincerizo Lavigna, quien le dio a conocer la música italiana del pasado y la alemana de la época. Fue nombrado maestro de música de Busseto en 1836, el mismo año en que contrajo matrimonio con la hija de su protector, Margherita Barezzi. El éxito que en 1839 obtuvo en Milán su primera ópera, Oberto, conte di San Bonifacio, le procuró un contrato con el prestigioso Teatro de la Scala. Sin embargo, el fracaso de su siguiente trabajo, Un giorno di regazo, y, sobre todo, la muerte de su esposa y sus dos hijos, lo sumieron en una profunda depresión en la que llegó a plantearse el abandono de la carrera musical.
El libreto de Nabucco le devolvió el entusiasmo por la composición. La partitura, estrenada en la Scala en 1842, recibió una acogida triunfal, no sólo por los innegables valores de la música, sino también por sus connotaciones políticas, ya que en una Italia oprimida y dividida, el público se sintió identificado con el conflicto recreado en el drama.
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