por Arcelia Aviña
Nació en Abdera en el año 480 a.C. en la costa de Tracia. Estuvo en contacto con ciertos magos persas en tiempos de la expedición del rey Jerjes contra Grecia. Tuvo una juventud azarosa; fue cargador en el muelle, inventando el cojín llamdo tyle que hacía más llevadero el peso de la carga. Tanto le impresionó el ingenio de su paisano que Demócrito lo adoptó como discípulo.
Viajero incansable en innumerables ciudades griegas, Atenas y Sicilia, enseñando a lo largo de 40 años. Fue el primer filósofo en decir que en todas las cosas hay dos razones contrarias u opuestas, afirmación que él practicó y llevó a todos los foros. Nadie antes que él había recibido tan alta suma por su enseñanza (100 minas de salario). Fue el primero que dividió el tiempo en partes, explicando las virtudes de cada estación.
Era famoso, esperado, admirado por su dominio de la retórica; cobraba por sus conocimientos sobre el uso correcto de las palabras, inventó el oficio de sofista profesional. De entrada entre la gente del pueblo, no era oficio que mereciera confianza, ni siquiera levantaba interés. No tenía buena reputación eso de cobrar por calentar la cabeza de los demás, ni por calentársela uno mismo.
Fue amigo de Pericles, que le instó a redactar una constitución, la cual contemplaba novedades como la obligatoriedad de educación pública, siendo esto su incursión en la vida política y administrativa. Pericles valoraba sus ideas y las debatían juntos. Cuenta Plutarco que una vez discutieron durante un día acerca de la muerte de un atleta, preguntándose quién fue el culpable de su muerte, la jabalina que lo hirió, el que la lanzó o los organizadores del encuentro.
A la muerte de Pericles, la tolerancia de los nuevos líderes desapareció cuando Eurípides leyó su libro sobre los dioses. Cayó sobre el la sospecha de Crimen de Impiedad ("De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay, ni qué aspecto tienen, pues son muchas las cosas que prohiben el saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la brevedad de la vida del hombre"). Por este principio lo desterraron los atenienses y sus libros fueron quemados.
Embarcó a Sicilia y la embarcación zozobró en la travesía, por lo que murió ahogado frente a las costas de Sicilia a los 70 años de edad. De toda aquella producción perdida quedan destellos luminosos de su pensamiento, como su afirmación "el hombre es la medida de todas las cosas", "tal como me parecen las cosas, tales son para mí; como tal te parecen tales son para ti", "pues hombre eres tu y también yo lo soy".
Era un hombre de cuya lectura se deducían afirmaciones peligrosas, para la doctrina oficial y ortodoxa de su tiempo, "si no encuentras la solución, haz como si ya la tuvieras y mira que puedes deducir de ella razonando a la inversa"; afilaba la espada de la retórica y de la dialéctica y era capaz de ofrecer ejemplos de razonamientos dobles.
Su teoría de los juicios contrarios era técnica cuyo dominio daba la posibilidad de convertir el argumento más débil en el más fuerte. También aplicaba la dialéctica "erística" o arte de discutir de manera tal que se tenga razón por fas o por nefas, en todos los casos independientemente de la licitud del argumento o de sus consecuencias. El arte de la erística sobre la lucha, las matemáticas, el Estado, sobre la ambición y las virtudes.
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