por Sandra Oseguera
Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudin, atraído por la gran fama de este y deseoso de ver de cerca al hombre más ilustre del país. Le llevo como regalo un magnifico pato. El Mulla, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisita sopa preparada con el pato. A la mañana siguiente, el campesino regreso a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante.
Algunos días más tarde, los hijos de este campesino fueron a la ciudad y a su regreso pasaron por la casa de Nasrudin. - Somos los hijos del hombre que le regalo un pato - se presentaron. Fueron recibidos y agasajados con sopa de pato.
Una semana después, dos jóvenes llamaron a la puerta del Mulla. - ¿Quiénes son ustedes? - Somos los vecinos del hombre que le regalo un pato. El Mulla empezó a lamentar haber aceptado aquel pato. Sin embargo, puso al mal tiempo buena cara e invito a sus huéspedes a comer.
A los ocho días, una familia completa pidió hospitalidad al Mulla. - Y ustedes ¿quiénes son? - Somos los vecinos de los vecinos del hombre que le regalo un pato. Entonces el Mulla hizo como si se alegrara y los invito al comedor. Al cabo de un rato, apareció con una enorme sopera llena de agua caliente y llenó cuidadosamente los tazones de sus invitados. Luego de probar el líquido, uno de ellos exclamó: - Pero... ¿qué es esto, noble señor? ¡Por Alá que nunca habíamos visto una sopa tan desabrida! Mulla Nasrudin se limitó a responder: - Esta es la sopa de la sopa de la sopa de pato que con gusto les ofrezco a ustedes, los vecinos de los vecinos de los vecinos del hombre que me regaló el pato.
En un momento dado, existe una verdad. Enseguida todos la quieren conocer, pero reciben la versión de la versión de la versión de la verdad. Y en el fondo, nada pueden aprender de ella. Ciertas verdades son la sopa en la cual ya no hay ni sombra del pato.
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