por Liss González
El termino humildad deriva del latín “humilitas” que se traduce como de la tierra “humus”. Las religiones suelen asociar la humildad al reconocimiento de la superioridad divina. Todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios y deben actuar en consecuencia. Para el budismo, la humildad es la conciencia respecto al camino que se debe seguir para liberarse del sufrimiento. Desde la filosofía, Immanuel Kant afirma que la humildad es la virtud central de la vida ya que brinda una perspectiva apropiada de la moral. Para Friedrich Nietzsche, en cambio, la humildad es una falsa virtud que esconde las decepciones que una persona oculta en su interior.
El humilde ve las cosas como son, porque la soberbia y el orgullo no enturbian su visión. El humilde ve lo bueno como bueno y lo malo como malo y así su visión de la realidad crece. De esto, la humildad se opone a la soberbia y al orgullo.
Por el orgullo buscamos la superioridad ante los demás. La soberbia, por su parte, consiste en el amor desordenado por la excelencia. Sobre la base de lo anterior la expresión de la Grecia antigua, “conócete a ti mismo” cobra especial vigencia e importancia en el devenir de nuestras vidas, pues es un camino seguro hacia la humildad. Un primer paso hacia la humildad es entonces “conocerse a uno mismo”. Claramente, la humildad se alcanza mediante el combate a la soberbia y el orgullo, ambos tiranos internos que nos dominan, dado que la primera ensombrece la conciencia y embellece los defectos propios, buscando justificaciones en los fallos.
La virtud de la humildad no consiste sólo en rechazar los movimientos de la soberbia, del egoísmo y del orgullo. Humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la tierra; En la práctica, nos lleva a reconocer nuestra inferioridad, nuestra pequeñez e indigencia. Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas. La humildad no se manifiesta en el desprecio, sino en el olvido de sí mismo, reconociendo con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido y por tanto dar a los demás, se convierte en un objetivo del humilde, sin que en ello prive su posición económica, social o incluso espiritual. Cuando esto se comprende, entendemos que darse uno mismo, es ni más ni menos que la expresión de la conciencia de que nada nos pertenece si no nuestro propio ser, toda otra posesión, nos es dada y por tanto no es nuestra.
Todo lo dicho parece indicarnos que una forma de lograr desarrollar la humildad es como sigue:
Aprender a aceptar las capacidades de los demás.
Reconocer la propia realidad, sin caer en la arrogancia.
Ser sencillos, sinceros y veraces.
Pedir ayuda cuando la necesitamos y reconocer que no somos autosuficientes.
Escuchar a los demás y dejar de hablar de nosotros mismos.
Además:
Agradecer los buenos consejos que hicieron posible las buenas decisiones que hicieron posible los éxitos.
Mostrar gratitud a las personas que nos dedican su tiempo y esfuerzo.
Ser transparente unos con otros, reconociendo y apreciando a quien nos ayuda sin decirlo.
Aprender a sostenerme solo.
La humildad es requisito indispensable del verdadero aprendiz, del verdadero discípulo, pues mucha de la disciplina de este deberá estar basada en la conciencia de lo limitado de su conocimiento para precisamente, en razón de esa carencia, buscar activamente llenarse de él, ya sea a través de los maestros, del impulso de la meditación, del dialogo con sus semejantes o de la investigación personal.
La mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la mejor dispuesta a escuchar y a aprender.
El verdadero hombre en la búsqueda de la humildad, considera siempre que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender cada vez más. Ser humilde es pues, permitir que cada experiencia te enseñe algo y desde allí, desaparecen miedos y sufrimientos.
La humildad es, sin duda una característica distintiva de almas inclinadas a todo lo noble, ya que es carente de vanidades y no sobrevalora este mundo pasajero, manteniendo una actitud de vigilia y respeto hacia todos los seres vivos, especialmente hacia los más virtuosos y sabios.
Pero todo en exceso, termina en aberración que niega lo mismo que dice afirmar, así el hombre cae en la falsa mascara de belleza y sofisticación de su inmensa vanidad interior. Así el que pudiendo vestir normalmente viste de harapos o el que llena su verbo de palabras rebuscadas que lo elevan por encima de su audiencia o quien rinde culto público a los humildes, solo buscan hacerse notar y con ello el aplauso de los demás, pero son la antítesis de la humildad por este mismo hecho.
Por esto, debemos saber distinguir entre la verdadera y la falsa humildad, entre el humilde de corazón y el humilde teatral, que utiliza su parodia en beneficio de lo que cree y, a falta de argumentos, forza las puertas de las razones ajenas, con las ganzúas de la sensibilidad y la piedad de los otros. La falsa humildad es la imagen invertida y descolorida de la verdadera, que nos pone de frente el gran espejo de la ilusión de los sentidos.
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